La Esmeralda de México.
El Soconusco; haciendo gala de mi calidad de ciudadano de esa región he trasnominado el coloquial nombre de La Perla del Soconusco (haciendo metonimia) a la Esmeralda de México, espero sabrán disculparme si alguien se ofende por mi peculiar manera de enaltecer a mi terruño.
Aunque imposible describirlo en brevedad, si que trato aqui y ahora de aportarles mi particular visión sobre esta tierra maravillosa, con unas riquezas culturales y naturales colosales, que la hacen única.
Su historia se remonta a Don Pedro de Alvarado y Don Antonio López de Santa Ana, a el General Sebastian Escobar, La Tía Esperanza Grillasca y Doña Colomba, y tantos otros personajes, pero no me detendré ahí, baste decir que también es ese un aspecto “pudiente” de su cultura.
Si “Chiapas es en el Cosmos lo que una flor al viento”, como dijo el célebre poeta Chiapaneco, Enoch Cancino Casahonda, parafraseándolo (con todo respeto), diría que el Soconusco es la tierra donde eclosionó esa flor.
Es la puerta de entrada por el sur a México, custodiada siempre por un guarda de excepción, El Tacaná, testigo mudo de la historia de esta zona, de porte majestuoso y una belleza casi sublime, es el referente indiscutible del génesis de esa región.
Posee una gran biodiversidad, peculiar donde las hay y como todas las regiones tropicales del planeta, abarca casi un tercio de la totalidad de las especies que lo habitan.
Vilipendiada y maltrecha por los constantes abusos que ha sufrido, conserva aún parte de su caudal, siempre agotable, ya que hablamos de recursos naturales.
Es la tierra que vio nacer el cacao, el gran regalo de México a la humanidad y tiene en su haber una inmensa variedad de flores y frutos, tales como las orquídeas, las maracas, las hawaianas, la antorcha, el macus, el chicozapote, los mangos Ataulfo, y un larguísimo etcétera y por supuesto su emblemático chipilín.
Huele a tierra mojada y epazote, a césped y limón, es fresca como una tarde estival y sensual como una pintura de Botero.
Dada su accidentada y poco común historia, ha ido desarrollando una arquitectura muy sui generis, ya que tiene una parte hacendaria, que es mas bien sacada de la selva negra Franco-Alemana o los Alpes Suizos, son construcciones que los colonos europeos y principalmente Alemanes aportaron al Soconusco, siendo esa otra de sus “características”, ya que se dan ahí un crisol de razas y una mezcla única, que aunque según los cánones de belleza actuales, no ha producido “géneros” de concurso, ni ha ayudado a mejorar las características físicas del planeta, por otra parte y sin lugar a dudadas que la ha distinguido y ha moldeado de alguna manera su carácter y su talante, pues es ahí donde se da la principal migración germana a México, pero es también la primera migración de Japoneses a América, dos razas y culturas aparentemente tan diferentes, que encuentran ahí un punto de inflexión, posee una gran colonia China y una pujante economía.
Desde épocas del “Porfiriato” se vislumbró ahí un potencial inexplorado y se ha tratado de desarrollar sin demasiado tesón o ahínco.
Es pues, una tierra legendaria, el último reducto, quizá, del Macondo imaginario de García Márquez.
El Soconusco; haciendo gala de mi calidad de ciudadano de esa región he trasnominado el coloquial nombre de La Perla del Soconusco (haciendo metonimia) a la Esmeralda de México, espero sabrán disculparme si alguien se ofende por mi peculiar manera de enaltecer a mi terruño.
Aunque imposible describirlo en brevedad, si que trato aqui y ahora de aportarles mi particular visión sobre esta tierra maravillosa, con unas riquezas culturales y naturales colosales, que la hacen única.
Su historia se remonta a Don Pedro de Alvarado y Don Antonio López de Santa Ana, a el General Sebastian Escobar, La Tía Esperanza Grillasca y Doña Colomba, y tantos otros personajes, pero no me detendré ahí, baste decir que también es ese un aspecto “pudiente” de su cultura.
Si “Chiapas es en el Cosmos lo que una flor al viento”, como dijo el célebre poeta Chiapaneco, Enoch Cancino Casahonda, parafraseándolo (con todo respeto), diría que el Soconusco es la tierra donde eclosionó esa flor.
Es la puerta de entrada por el sur a México, custodiada siempre por un guarda de excepción, El Tacaná, testigo mudo de la historia de esta zona, de porte majestuoso y una belleza casi sublime, es el referente indiscutible del génesis de esa región.
Posee una gran biodiversidad, peculiar donde las hay y como todas las regiones tropicales del planeta, abarca casi un tercio de la totalidad de las especies que lo habitan.
Vilipendiada y maltrecha por los constantes abusos que ha sufrido, conserva aún parte de su caudal, siempre agotable, ya que hablamos de recursos naturales.
Es la tierra que vio nacer el cacao, el gran regalo de México a la humanidad y tiene en su haber una inmensa variedad de flores y frutos, tales como las orquídeas, las maracas, las hawaianas, la antorcha, el macus, el chicozapote, los mangos Ataulfo, y un larguísimo etcétera y por supuesto su emblemático chipilín.
Huele a tierra mojada y epazote, a césped y limón, es fresca como una tarde estival y sensual como una pintura de Botero.
Dada su accidentada y poco común historia, ha ido desarrollando una arquitectura muy sui generis, ya que tiene una parte hacendaria, que es mas bien sacada de la selva negra Franco-Alemana o los Alpes Suizos, son construcciones que los colonos europeos y principalmente Alemanes aportaron al Soconusco, siendo esa otra de sus “características”, ya que se dan ahí un crisol de razas y una mezcla única, que aunque según los cánones de belleza actuales, no ha producido “géneros” de concurso, ni ha ayudado a mejorar las características físicas del planeta, por otra parte y sin lugar a dudadas que la ha distinguido y ha moldeado de alguna manera su carácter y su talante, pues es ahí donde se da la principal migración germana a México, pero es también la primera migración de Japoneses a América, dos razas y culturas aparentemente tan diferentes, que encuentran ahí un punto de inflexión, posee una gran colonia China y una pujante economía.
Desde épocas del “Porfiriato” se vislumbró ahí un potencial inexplorado y se ha tratado de desarrollar sin demasiado tesón o ahínco.
Es pues, una tierra legendaria, el último reducto, quizá, del Macondo imaginario de García Márquez.
Marco Antonio Cancino Lastra.
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